martes, 30 de abril de 2013

Te quiero a las diez de la mañana...


Para hablar de amor se cree preciso hablar de algo irrefutablemente bello, perfecto, un sentimiento que por sí solo habla de la belleza del ser que lo siente y del que lo recibe. Buscando en la Real Academia me encontré con esta definición para el amor: Sentimiento intenso del ser humano que, partiendo de su propia insuficiencia, necesita y busca el encuentro y unión con otro ser.  La leo y la leo y me gusta mirarla desde la necesidad del complemento.

Pero no lejos de esta definición a esta altura de mi vida percibo el amor de otra manera, tan humano como yo, al fin y al cabo es el sentimiento que caracteriza a nuestra especie; ahora pienso que el amor se equivoca, se confunde, se cansa, que el amor odia en medio del amor.  Algunos hablan de que el verdadero amor es el que se siente por un hijo, y al respecto digo que el amor como quiera que sea equivocado o cansado, por un hijo, por la pareja o por la familia es tan verdadero….

En mi caso, el amor por mi hija, me ha mostrado otra forma de amar, en la que es más fácil aún confundirse, equivocarse, pero en la que se siente una responsabilidad infinita de entregar un amor sereno y edificante.  Para mis otros amores, (verdaderos también) he evolucionado al punto de concebirlos y entenderlos imperfectos, llenos de mí y de los demás; con etapas que van desde la dependencia (a veces mal sana) hasta la indiferencia (a veces mal entendida), con principios y finales, momentos de partir y regresar, de llorar y reír.

Hoy creo en un amor independiente, que no necesite explicación que vaya y vuelva libre, que se tome un tiempo cuando este cansado y se permita equivocarse, creo en un amor que para bien o para mal, se transforma y sigue siendo amor.

Comparto un bello poema de Sabines, que habla del amor que cambia en un mismo día y sigue siendo amor:

"Te quiero a las diez de la mañana, y a las once, y a las doce del día. Te quiero con toda mi alma y con todo mi cuerpo, a veces, en las tardes de lluvia. Pero a las dos de la tarde, o a las tres, cuando me pongo a pensar en nosotros dos, y tú piensas en la comida o en el trabajo diario, o en las diversiones que no tienes, me pongo a odiarte sordamente, con la mitad del odio que guardo para mí. 

Luego vuelvo a quererte, cuando nos acostamos y siento que estás hecha para mí, que de algún modo me lo dicen tu rodilla y tu vientre, que mis manos me convencen de ello, y que no hay otro lugar en donde yo me venga, a donde yo vaya, mejor que tu cuerpo. Tú vienes toda entera a mi encuentro, y los dos desaparecemos un instante, nos metemos en la boca de Dios, hasta que yo te digo que tengo hambre o sueño. 


Todos los días te quiero y te odio irremediablemente. Y hay días también, hay horas, en que no te conozco, en que me eres ajena como la mujer de otro. Me preocupan los hombres, me preocupo yo, me distraen mis penas. Es probable que no piense en ti durante mucho tiempo. Ya ves. ¿Quién podría quererte menos que yo, amor mío?"




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